Yo K-nibal!
(O érase una vez La PR en La Cámpora)
Había una vez un grupete de pibes y pibas comunes, de barrio, que les gustaba el rock, el fernet con coca, las fiestas y que tenían mucha imaginación y ganas de divertirse. Se cruzaban en los pasillos, en los bares y ni siquiera se conocían entre ellos. Algunos eran amigos del barrio, otros habían ido al mismo colegio, algunos cursaron juntos alguna materia alguna vez. Otros veían por primera vez el obelisco. Resulta que hace tres años, esos pibes y pibas se fueron conectando, conociendo, con la meta de “hacer algo por la facultad” ya que se sentían sapos de otro pozo entre tantos afiches rojos y gente que les hablaba de revolución pero que en sus prácticas se quedaban con la guita de los estudiantes; que se pasaban el día hablando de los obreros pero nunca habían trabajado en sus vidas; que se dejaban barbas largas como Trotsky pero se iban a comprar la ropa al Alto Palermo. Estos pibes y pibas estaban indignados, a ellos les costaba conseguir el mango para pagar el apunte, habían tenido los laburos más explotadores que un joven puede tener: canillita, cadete, motoquero, telefonista de call-center, mozo, etc. Les preocupaba el futuro, su futuro.
La PR nace de una loca reunión de estos pibes y pibas donde lo único que los unía al principio era el gran sentimiento de un buen rock compartido. A pesar de su poca experiencia política se propusieron romper con las estructuras de una facultad que parece estar adentro de una bota, en cualquier lugar del mundo menos en la Argentina, cuyos estudiantes cursan ahí porque “es gratis”, donde nadie pareciera tener la respuesta al “¿Y ahora que hago?” una vez recibido.
Entramos bailando murga el 30 de Octubre del 2007. Con la barbarie explotada de gente conversamos con Estela de Carlotto de quién aprendimos tantas cosas. Una de ellas: la felicidad. “El dolor se siente menos cuando se lucha” nos decía. Y nosotros lo conocemos, dolor porque nunca a ninguno nos había sobrado nada, dolor porque habíamos visto a nuestros viejos perderlo todo en los ´90, dolor porque habíamos visto a nuestros primos y hermanos haciendo colas en las embajadas para “probar suerte” en aquellos países que los diarios llamaban “del primer mundo”, dolor porque nuestras abuelas cobraban dos mangos de jubilación, dolor porque nuestros amigos del barrio no conseguían laburo, dolor porque habíamos vivido todas nuestras vidas dentro de una "democracia", pero también dentro de un sistema económico neoliberal del que no cazabamos un fulbo en teoría, pero que fue nuestra realidad. Conocernos y embarcarnos en esta aventura nos empezó a dar la herramienta más valiosa: el compañerismo. Empezamos a leer esos libros que no forman parte de la mayoría de las cátedras de los señores profesores. Empezamos a conocer gente y a debatir ideas y conceptos. Hay que reconocerlo, antes que nada fuimos militantes de derechos humanos, quizás porque nuestras inquietudes eran las mismas que las de aquellos pibes y pibas comunes que los milicos habían desaparecido. Pero no estábamos más en los ´70 y veíamos como un tipo desalineado bajaba los cuadros de esos hijos de puta del colegio militar y, con un poco aún de desconfianza empezábamos a mirarlo de otra manera. En la facultad todos nos decían que este tipo era uno más, que le iba a importar un cuerno nuestro futuro pero nosotros veíamos que gracias a él nuestros viejos volvían a tener laburo y algunos de nuestros primos volvían con la cabeza gacha del “primer mundo”.
Varios de nosotros empezamos a militar en los barrios y descubrimos lo gratificante que era convertir con nuestras manos un lugar deshabitado en un espacio de encuentro. En nuestro club de Lugano 1 y 2 pasamos los findes entre hamburguesas y escombros, entre debates políticos y chicos jugando a la pelota. Muchos de nosotros comenzamos a militar junto a Juan Cabandié. Fuimos descubriendo una Argentina distinta repleta de jóvenes que habían resistido el neoliberalismo y que eran "Peronistas". Eso nos rompió la bocha, ver como minas y tipos que rozaban los 30 años, levantaban las banderas de Perón y de Evita y repudiaban con el mismo fervor a Menem, a Duhalde y a todos los “traidores”. Descubrimos que algunos de nosotros veníamos de ahí: de padres, abuelos, tíos que en distintas décadas lucharon por una patria libre, justa y soberana, en el primer peronismo, en la resistencia, en las experiencias guerrilleras, en el 73, en la resistencia a la dictadura. “Nosotros éramos peronistas, tan solo que no nos dábamos cuenta”. Y no nos dábamos cuenta porque en la facultad y la misma historia oficial nos decían que Perón era un “facho” y un “dictador” y se olvidaban de contarnos que, gracias a ese “facho-dictador”, que había sido electo tres veces con más del 50% de los votos, los trabajadores empezaron a ser considerados personas, a tener derechos. Que ese “nazifascista”, mote que le puso la embajada yanqui junto con el socialismo, la UCR, el PC, es decir la famosa “Union Democratica”, no era un paracaidista sino la mas legitima expresión del pueblo argentino: el primero elegido por los trabajadores. Los grandes profesores revolucionarios llenaban los programas de sus materias con textos de Gramsci o de Merlau-Ponty, debatiendo una y otra vez a Marx o la burocratización de la III internacional. Ojo! Todo bien con Gramsci, Marx y Merlau-Ponty pero porque no nos hablaban de Walsh o de Jauretche o de Cooke? Porque los esconden? Si estos habían sido tan revolucionarios como aquellos y vivían acá, hasta murieron defendiendo este país. Pero parecía que era mejor no hablar de ciertas cosas, cosas como las causas populares Argentinas, inclusive las Latinoamericanas nos habían sido negadas por estos profesores que intentando rescatar el “socialismo mas puro” se habían convertido en conservadores que negaban y menospreciaban la historia de nuestro país y, aún más importante, la de nuestro pueblo. No todos eran así, por suerte, en el camino nos encontramos con PROFESORES (así con mayúscula) que nunca habían tratado de civilizar o de europeizar a sus alumnos: Ruben Dri, Nicolás Casullo, Norberto Galaso entre otros fueron nuestros primeros suspiros de alivio.
Mientras tanto, en la Argentina que se ve por tele, una mina era electa presidenta y no se la iban a hacer fácil! Pero esta mina no estaba sola. Hacía mucho tiempo atrás otra mina, la mujer de un milico raro, había hecho que todas pudieran votar, que los “únicos privilegiados sean los niños”, había cambiado la palabra beneficencia por políticas de estado, había luchado con uñas y dientes para que las minas pasaran de ser simples objetos decorativos a Mujeres que podían opinar y hacer política. A esa mina, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Y había influenciado a esta presidenta nueva como así también, a las madres que con el pañuelo blanco en la cabeza buscaban a sus hijos plantándoseles a los milicos. Empezamos a ver como a esta mina presidenta la boludeaban en todos los medios, como ella quería transformar la realidad redistribuyendo la riqueza y como cientos de empresarios del campo le cortaban las rutas para desabastecer las ciudades tirando leche al costado del camino en un país donde, lamentablemente, todavía hay pibes que se cagan de hambre. Y no lo hacían porque no tenían para comer como recordábamos de los piquetes del 2001, no! Lo hacían sostenidos por el monopolio informativo porque no querían dejar de tener abultadas ganancias. En vez de ollas populares en los barrios bajos, había ollas de teflón resonando en los barrios “cool”. Ahí, esa noche, cuando empezamos a ver por todos los medios como querían “voltear” a un gobierno que había sido electo por el pueblo, se nos subió la mostaza a la cabeza y salimos todos (incluyendo ese tipo desalineado que es su marido) a defenderla. Ya no teníamos más dudas, éramos peronistas y empezábamos a “bancar” a esta mina que tenía los ovarios bien puestos y hacía lo que tenía que hacer. Otra noche perdíamos una batalla en las afueras del congreso, cuando un tilingo que decía formar parte del gobierno con su voto favorecía a los grupos económicos. Lloramos, puteamos, pero seguimos. Después ganamos dos muy importantes (y cuando decimos “ganamos” hablamos de todos los argentinos y argentinas): la estatización de Aerolíneas y la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Y esas sí que las militamos en todos lados. Infinito orgullo sentimos cuando nos enteramos que la ley de medios la estaba escribiendo el Profesor Damián Loretti, infinito orgullo nos dio defenderla acá adentro cuando la mayoría se oponía sin haberla leído siquiera
. Pero se hablaba de crispación y soberbia. Y el discurso de la derecha era replicado por los revolú. Ellos piensan que para transformar la Universidad primero hay que transformar la sociedad (y en el interín se sientan a esperar), nosotros creemos que ambas se están transformando gracias a esta mina. Gracias a ella nuestras abuelas y madres se jubilan, se les reconoce su labor eterna de “amas de casa”. Gracias a esta mina nuestros amigos del barrio pueden mandar a sus pibes al colegio y cobran la Asignación universal por hijo. Gracias a esta mina se modifica el polimodal, se eliminaron las AFJP, los tickets canasta que eran una forma de pagarnos en negro, se logra un apoyo unánime en el reclamo por las Islas Malvinas, se hace más política y se habla más de política.
Ahora caminamos orgullosos de ser parte de La Cámpora, porque lo que comenzó siendo un grupito de amigos hoy es una organización que tiene pibes por todo el país, en cada pueblo y ciudad, en cada rincón haciendo lo mismo que nosotros acá, hablando, construyendo y soñando con esta Argentina que muchos en el 2001 pensaron que por fin habían hundido.
Sabemos que muchos van a disparar contra nosotros, con balas de salva porque no les da el cuero. Pero a nosotros sí nos da y ponemos el cuerpo y damos la cara. Para todos nosotros los que todavía tenemos laburos de mierda y hacemos malabares para pagar el alquiler y los apuntes, los que viajamos horas y horas en bondis y trenes para poder cursar, los que venimos del interior y nos sentimos más perdidos que turco en la neblina; empezamos y seguiremos haciendo locuras y vamos a seguir peleando por lo que creemos justo adentro y afuera de la facultad. Porque acá nadie viene gratis, porque estamos acá para recibirnos y poder laburar para, por y con el pueblo y no para nuestros bolsillos. Queremos ser útiles, queremos ser:
Sociólogos, no perejiles de consultoras;
Trabajadores Sociales, no asistentes culposos de la pobreza;
Comunicadores Sociales, no terroristas informativos;
Cientistas Políticos, no mercenarios profesionales al servicio del mejor postor;
y Relacionistas del Trabajo, no lacayos de las empresas que despiden personas porque “no dan los números”
Por eso, les dedicamos las palabras de Residente (Calle 13):”Yo soy el que nadie entiende, el loco demente, la voz del pueblo, el más buena gente. Todo lo que yo te hable va a ser desagradable, muy inteligente, y supuestamente poco saludable (…) Estudié en escuela pública y también en privada, por eso es que en la calle me salen bien las jugadas (…) Yo digo cincuenta malas palabras por segundo, porque la realidad es que me gustaría cambiar este puto mundo”.
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