miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Orgullo de sentirse parte de una Nación que se hace valer como tal



El capital simbólico acumulado por el kirchnerismo en los últimos años habla de una vuelta al revisionismo histórico, una vuelta al cuestionamiento de la historia oficial y oficializada y de la pedagogía colonial que, con interrupciones, rige nuestro país desde que comenzó la disputa por su sentido nacional, hace poco más de 200 años. Nadie puede cuestionar que, empañada por la violencia, la etapa que abarca el final de los 60 y el principio de los 70 es una de las más ricas políticamente y una de las mas grabadas en la memoria popular en cuanto al nivel de bienestar. Es en ese contexto, el de la resistencia peronista y el de la consolidación de una conciencia nacional, donde la disputa por el sentido de la historia de nuestro pueblo, que es la disputa por su propia identidad, se intensifica y se masifica con amplios debates que llegaban hasta las mesas familiares. Nunca en la historia la consolidación de la Liberación Nacional se sintió tan cerca.

Los fusiles y los martinez de hoz, la violencia y la economía, hirieron de muerte a ese proceso que reconoce pocos inocentes. Cuando desapareció la política y solo quedaron los fusiles, no solo quedo demostrada errónea la frase de Von Clausewitz, sino que la derrota a manos de los fusiles profesionales que actuaban bajo las órdenes de los unitarios de aquella época fue tan impactante que tardamos 27 años en retomar el rumbo nacional.

Casi de chiripa podríamos decir. Porque (casi) nadie esperaba nada de Néstor Kirchner. Y probablemente si simplemente se dedicaba a administrar el Estado de manera potable, haciendo crecer al país y reduciendo la pobreza, habría sido un gobierno mas. Exitoso, pero uno mas. Sin embargo, el pingüino se calzó la chaqueta de cuero de cuando militaba en la JUP de La Plata, que nunca había tirado, y a pocos días de asumir, por cadena nacional, nos decía a nosotros, al Pueblo, que la corte suprema menemista, esa que convalidó todo el desastre neoliberal, quería impedirle avanzar con su proyecto nacional. Grata sorpresa para los que no creíamos en nada ni nadie. Pero no conforme con eso, ordenó al jefe del Ejército bajar los cuadros de los genocidas del Colegio Militar. Y ahí ya no entendíamos nada. Ahí empezamos a tratar de investigar quien carajo era Kirchner. Supimos del grupo Calafate, de su oposición a las políticas menemistas desde adentro del justicialismo, con Cristina en el senado resistiendo las leyes antinacionales, supimos de su militancia y de sus compañeros. Pero así y todo costaba confiar. Era un político tradicional, en el sentido que formaba parte de una estructura podrida, un partido que hacia lo contrario a lo que sostenía su doctrina.

Y luego, en 2005, con Fidel, Chávez, y el Diego llevado por Bonasso a Mar del Plata, rechazaron el ALCA y le metieron no 1 dedo, sino 2 y en forma de V en el culo a Bush. Al día de hoy se lee una pintada sobre la calle Paraguay de Buenos Aires que dice “el fondo manda, Kirchner reprime”. ¿A qué tipo de pelotudo se le puede ocurrir un escracho similar? Desde 2003 los policías no pueden llevar armas a las manifestaciones y se limitan a controlar y no a reprimir. Ni un solo muerto en 7 años de gobierno. Un Estado que no reprime a su pueblo es obra del pingüino.

Pero saltiemos un par de años, vengamos más cerca. Ya con cierto capital político acumulado el proceso se va acelerando. Y definiendo. Vamos a los hechos concretos. En los festejos del bicentenario, el desfile que representaba nuestra historia rescataba imágenes que seguramente pocos pensaban que un gobierno evocaría. Desde la primera escena sobre los pueblos originarios, hasta la que nos interesa rescatar hoy, y era la inspiración de este texto: la batalla de Vuelta de Obligado. Ese hecho que desde este año, por decisión de la Presidenta conmemoramos, y que representa la defensa de la soberanía nacional frente a los ataques de las potencias extranjeras. Y no solo eso, sino que en el marco de lo que la historia oficial (o liberal, que es casi lo mismo) se denominó “la primera tirania”: el gobierno de Juan Manuel de Rosas. La segunda tiranía, lo sabemos, sería la de Juan Perón. Y leamos La Nación, Clarín o veamos TN y escuchemos a la Carrió hablando de hoy: autoritarismo, diktadura, “juventudes hitlerianas”: también pretenden construir la idea de una tercera tiranía. Pero “casualmente” los gobiernos denominados “tiránicos” son aquellos que encarnan la voluntad popular.

En nuestro país existe una disputa latente desde el comienzo de su historia nacional, entre quienes aspiran a ser una Nación y entre quienes pretenden perpetuar la colonia. Se llamaron federales y unitarios al principio, se llamaron peronistas y antiperonistas luego. Los nombres pueden variar pero la disputa siempre es la misma. Y acá, Nación, Patria, es sinónimo de Pueblo, como decía Evita. Las falsas dicotomías que sostiene la izquierda, entre clase obrera y burguesía, en un país que aun no se convierte en Nación, solo sirven de excusa para frenar el desarrollo de las fuerzas productivas y por ende el de los sectores sociales que esos conceptos contienen. Ni se desarrolla la clase obrera ni la burguesía en un país colonial, porque solo existe contenido dentro del dominio extranjero, y allí no tiene rumbo ni objetivos. Sólo enmarcado dentro de un Proyecto Nacional un país tiene rumbo y tiene objetivos, y los nuestros los tenemos claros desde hace más de 50 años: la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación.

Hoy nuestro gobierno encara desde el Estado, además de un proceso soberano de desarrollo nacional, una disputa simbólica por la identidad histórica de nuestro Pueblo. Porque sólo desarrollándonos económicamente y reconociéndonos en una identidad popular llegaremos a ser una Nación, que es necesariamente el objetivo de todo país semicolonial que pretende liberarse. Moreno, Belgrano, Castelli, San Martin, Artigas, Güemes, Monteagudo, Dorrego, Rosas, Ugarte, Jauretche, Scalabrini, Perón, Eva, Hernández Arregui, Pepe Rosa, Rodolfo Puiggrós, Fidel, Chávez, Evo, Néstor y Cristina son guía y ejemplo, y con ellos recorremos hoy en día el camino de la liberación, aprendiendo de las derrotas históricas, nunca dando un paso atrás. Y lo llevamos como verdadero orgullo, de sentirnos parte de una Nación que se hace valer como tal.

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